Os dejamos aquí el texto íntegro de la entrevista realizada al jesuita José Mª Fernández-Martos.

El link a la entrevista en El Mundo es este

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Desde 1982, José Mª Fernández-Martos viaja a la cárcel los domingos y acompaña a reclusas comunes, de ETA o yihadistas. Le cuentan sus vidas. “Una con 28 asesinatos me afeaba que me gustasen los toros. Era animalista y no soportaba la sangre”

Todos los domingos, José María hace lo mismo. Coge su cartera, mete dentro su Biblia y algunos otros revólveres. Sube al coche. Conduce hasta la cárcel de Brieva (Ávila). Entra al recinto penitenciario. Pasa las armas dentro. Y se tira tres horas entre presas yihadistas igual que antes eran de ETA o de los GRAPO, haciendo ratatatá con la palabra de Cristo.

Todos los domingos desde hace más de 50 años hace lo mismo en una prisión española, decimos, y nunca se le terminan las heridas, esas biografías que se le abren en canal y lo dejan todo perdido.

Un día una presa terrorista te cuenta que en aquellos años llegó a disfrazarse de monja para ir a deleitarse con el dolor provocado por su atentado.

Otro día una etarra con 28 muertos en su haber te afea que te gusten los toros. «Había matado a todas esas personas, pero era animalista y no soportaba la sangre».

Otro día sabes que esa interna que tienes delante le entregaba la propia hija al esposo para que la violara, y que una vez que fue denunciada le arrojó ácido en la cara a la víctima.

Y otro día más una mujer presa por captar esclavas sexuales para la yihad –una musulmana de Cádiz que al principio se mostraba distante porque eres un hombre y para más inri sacerdote católico- te explica su biografía de mierda: cómo su marido la echó a la calle cuando supo que era estéril y lo que vino después.

José María Fernández-Martos podría recordarnos un poco al padre Damien Karras de El exorcista. Si no fuera porque el jesuita de 82 años es mucho mayor que el cura de la película; porque el cordobés lleva tabaco y chocolatinas para las reclusas en vez de agua bendita; y porque en esta historia de terror y de amor los demonios a exorcizar son completamente terrenales.

«Me costó ir a reconciliarme con las internas de ETA. Si os digo la verdad, con alguna todavía se me tensa el estómago si sigue albergando propósitos de muerte».

Pero José María va.

Para eso hace los 110 kilómetros todos los domingos, para eso se hizo sacerdote, para eso bucea en esta vieja Biblia (cinco veces encuadernada) donde le firman, le escriben, le han pegado recortes y hasta le han hecho dibujos desde una mujer que mató a cinco obreros hasta un hombre que violó a seis chicas.

«Es mucho lo que no se puede hacer, sobre todo con las del GRAPO y las de ETA. La peor muerte en estas vidas se produce en las mentes de las que son llevadas por la violencia de manos de la ideología. Es un destrozo de lo esencial: otra vida les estorba y la eliminan. Se trata de decirles que Dios las sigue queriendo. Yo, a estas alturas, lo digo con un convencimiento que a muchas les llega al fondo. Casi todas me piden que rece. Les hago unas oraciones breves y ajustadas a su situación y su pasado. Pongo mis manos sobre sus cabezas. No pocas veces acaban con lágrimas».

Busca la paradoja y tendrás un reportaje.

Una paradoja es que las mismas manos que le han volado los sesos a alguien por pensar distinto le tomen las medidas al cura para hacerle un jersey verde. «Me gustaría hacer punto, José María. Me enseñó mi abuela. Tráeme lana y modelos y te hago uno».

La paradoja es que una catequista ejemplar que dedicaba su tiempo libre a bañar a discapacitados tope con un «cura vasquizante» y un novio etarra y al cabo de los años acabe ahí, frente a José María, «dame un caramelo, anda», condenada a 12 años.

La paradoja, la mayor de todas, se la contamos antes: la presa -una interna muy conocida por su historial de sangre- estaba penando por casi una treintena de asesinatos. Llegó José María. Ella lo recibió con un desdén nuevo.

-Me has decepcionado, José María -le dijo un día.

-¿Y eso?

-No sabía que te gustaran los toros… ¿Cómo te puede gustar ese espectáculo sangriento?

El religioso, que empezó visitando a los internos de la cárcel de Alcalá de Henares a los 25 años, también estuvo en las prisiones de Yeserías y de Carabanchel. De estas dos últimas fue expulsado. El motivo: haber denunciado ante el Defensor del Pueblo la situación de los niños y ciertos métodos aberrantes, como la sujeción de los enfermos mentales con esposas. Desde 1982 se decantó por ir a visitar exclusivamente a las mujeres presas. Ahora lo hace en el centro abulense de Brieva, adonde acompaña a reclusas por terrorismo y por delitos comunes.

-Todo se soluciona con caramelos y cigarros -bromea en serio-. Los seres humanos tienen que encontrarse en el caramelo, en el «marchando dos de gambas»…

¿Tú entonces eres una especie de asistente espiritual de las presas?
 – No, yo soy un pelmazo [Se ríe]. Lo que quieren es hablar con alguien… No me siento superior moralmente a ningún preso o presa conocido en mi trayecto. Ya sé que han hecho cosas muy horribles. Pero mis circunstancias han sido todas favorables mientras las suyas, normalmente, puro viento contrario.

La mariposa clavada

Cuando las internas por yihadismo ven aparecer a este sacerdote grandullón por la cárcel con su maleta oscura y su sonrisa clara, la reacción de las musulmanas suele ser un prudente paso atrás. «Al ser católico y hombre, al principio me dan la mano a distancia; con el paso del tiempo muchas me piden que las bendiga».

Son una decena de condenadas por terrorismo islamista, algunas de ellas andaluzas, varias arrepentidas, con bajo nivel cultural, están en Brieva por captación o hacer la yihad y casi todas son víctimas de malos tratos.

«La mayoría han sido maltratadas y humilladas. Algunas te cuentan cómo el marido, después de hacer el amor el día de la boda, las manda a dormir a la esterilla. Yo les digo que me den sus manos, las miramos, les digo que tenemos los mismos dedos, que ambos venimos de la misma fábrica».

Una mujer condenada por terrorismo y que ha ayudado a la Justicia a reventar una célula le dijo un día: «Chema, tú nunca me has llamado yihadista».

Y José María nos explica por qué no lo hace jamás: «Eso sería etiquetar a alguien, reducirla a eso», dice, «como clavar una mariposa en la pared».

El martillazo

Hijo de un coronel del Ejército que llegó a diputado en Cortes y de una madre que cuidó de 10 hijos, José María -cojan carrerilla- (1) dejó Farmacia en cuarto curso e ingresó en el noviciado; (2) estudió Humanidades y Filosofía en España; (3) Psicología en París y en EEUU y (4) Teología en Oxford; (5) se ordenó sacerdote con 32 años y (6) estuvo 44 impartiendo la asignatura de Teoría y Técnica del Psicoanálisis y Psicología del Desarrollo en la Universidad Pontificia Comillas.

Con todo, afirma, ha aprendido más de las marcas en los brazos de la Punki que de los renglones de Freud.

«La Punki era lesbiana, de 35 años, estaba en su chabolo, se giró, observé su espalda doblada y deforme: ‘¿Y eso?’. Responde: ‘Mi padre era un herrero muy bestia, cuando tenía ocho años me tiró un martillo de hierro a la espalda y me dejó así’. Iba de mala entre las malas. Pero yo le decía que buscara su parte buena. Una vez le dije: ‘¡Piénsate esta semana si vales para algo y el domingo me lo cuentas!’. Llegó el domingo, vino a mí, me dijo: ‘Josemari, ya lo he encontrado. Al menos valgo para dar mal ejemplo’. No remontó. De rodillas, un día me pidió perdón porque se iba a suicidar. El jueves inmediato lo hizo».

«La mayoría de los presos que conozco creció con las cartas marcadas. Una me contaba: ‘Mi madre siendo yo niña me dejaba en el suelo atada con una cadena y se iba a trabajar. Venían las ratas y mordían mis orejas. Mire, nunca aparto el mechón de las orejas para que no vean los trozos que me faltan’».

Liberarse del horror

«Cuesta mucho tratar con una mujer que ha entregado, durante años, a su propia hija al abuso sexual de su propio marido y padre de ella. Aumenta el horror si sabes que al cruzarse esa madre con su hija, en el juzgado, le echo ácido en el rostro y se lo destrozó por denunciarles. Debes liberarte del horror y acercarte como a todas, si es que buscas liberarla.Si alguien mató a su madre a hachazos, te debes liberar de la imagen normal del ser humano y de todos tus juicios y condenas. Ese me contaba los vericuetos de su fatídica relación con su madre. ‘La odié a muerte desde pequeño, pues quería tener una niña y me tuvo a mí. Me maltrataba y despreciaba. A mi hermana la trataba como a una reina. Puesto de coca durante años, un día en que estaba pallá me fui con el hacha a donde estaba sentada, se escondió detrás de una cortina. Lo último que le oí, fue: ‘¿Vas a matar a tu madre?’».

Match ball

¿Y qué has aprendido de todo esto, José María?
He aprendido algo que me deja en el no saber: he llegado a la ignorancia total, adentrarse en el hombre te lleva a la ignorancia… Es más, te diría que si la vida no te lleva a la ignorancia es que no la estás viviendo en serio.

El jesuita ya no sabe si hay malos y quiénes son los buenos. Ya no sabe quién redime a quién. Ya no sabe qué condena más. Ya no sabe qué reconcilia menos.

-Tiene más mérito que esté con vosotros porque está jugando Nadal -nos dice.

-Cómo.

-Sí. [Sonríe] Rafa Nadal… que está jugando.

Se lo contó una interna: el peor final de partido de tenis jamás contado. «Ella estaba en un comando terrorista y un día la Policía empezó a conocer datos de ellos: dónde se reunían, quiénes integraban el grupo… Todos sospechaban de todos. Por más celo que ponían en la seguridad, los datos seguían saliendo. Hasta que al final las sospechas se centraron en uno. Había un infiltrado. La mujer dijo que se lo dejaran a ella: le dio un tiro en la cabeza… La siguiente reunión del comando fue en una montaña gallega. Los datos también se filtraron a la Policía, a pesar de que ya no estaba el delator… La explicación era que habían puesto un dispositivo emisor en un libro de Mao que llevaban y con eso lo captaban todo».

Un par de cosas más para entender la paradoja y estos ojos de José María.

Una: el hombre al que había matado aquella mujer no era un chivato.

Dos: el hombre al que le había reventado la cabeza era su marido.