Ha fallecido el Padre Ángel Ramón Sánchez del Nozal en Alcalá de Henares, sobre las 15:00 h. del día 01 de enero de 2024; con 86 años de edad, 55 de sacerdocio y 69 de Compañía.
Se celebrará una Misa Funeral el jueves 11 de enero a las 20:00 en el Colegio.
¿Estás contento de vos?
Recuerdo una sonrisa de alegría profunda, un rostro redondeado con unos mofletes colorados como el tomate y unos ojos zarcos que se fijaban en los tuyos antes de preguntar: “pero hijo, ¿eres bueno?” A lo que únicamente se podía balbucear un vergonzoso y dubitativo: “sí”. Es una síntesis fidedigna de todas y cada una de mis confesiones con el padre Ángel Ramón Sánchez del Nozal. Poco o nada importaba que le soltara una sarta interminable de pecados, cada cual peor. Lo fundamental es que Dios nos ama y a través de su infinita misericordia nos da la libertad para elegir el bien; nos levanta por infinitésima vez para seguir anunciando su Reino. El Papi – como se le apodaba cariñosamente desde siempre – resumía esta lección de teología pura en aquella lacónica pregunta, aunque de primeras descolocase a muchos.
El padre Sánchez del Nozal era un jesuita de patio, apostado en la puerta de su despacho abierta de par en par o dando vueltas por los campos de deportes. No había minuto que no estuviera rodeado de un corrillo de alumnos. Cada vez que le veíamos se nos dibujaba una mueca de felicidad en la cara. Un simpático “¡Padre!” iniciaba un rato divertido con él, intercalando risas y alguna que otra reprimenda – inherente a su adusto y fuerte carácter – necesaria para controlar a la marabunta de adolescentes. Si ese día tenías suerte, te llevabas de regalo un par de caramelos “Doble” que sabían a gloria y quitaban el regusto de la menestra y el pescado frito del comedor. El caso es que, durante los recreos, cualquier alumno sabía dónde estaba El Papi y podía recurrir a él con total confianza.
Su cabezonería le hizo entregarse al máximo en todo lo que hacía. Era un apasionado de los deportes, en especial de su querido balonmano. Cada Navidad, si se lo hubieran permitido, habría visitado los nacimientos de todas las familias del colegio, pero “sólo” iba a ver a los finalistas del concurso de belenes con el “Gran Jurado”. Tomaba varias fotos, planteaba preguntas a los más pequeños y en la ceremonia de premios dedicaba casi dos horas para poder hacer una reseña de cada nacimiento. Nos invadía una alegría inmensa cuando ese hombre entrañable y bonachón aparecía por casa en esas tardes de diciembre. Aún mayor ilusión le hacía a él, dejándose impresionar por cada minúsculo detalle y, sobre todo, por el espíritu familiar de la Navidad que reinaba en el ambiente.
En el mes de julio, era el jesuita del campamento por antonomasia. Llevaba más veranos que nadie durmiendo en el Raso de la Huerta. Había sido testigo de una notable transformación del campamento y, a veces, era reticente a ciertos cambios. Entre refunfuños, terminaba aceptando las innovaciones; eso sí, en ninguna de sus fotos podía aparecer el gorro pesquero que sustituyó a la boina. Tampoco soportaba que algún graciosillo levantara los dedos índice y corazón instantes antes de apretar el disparador de la cámara. Sus homilías a la sombra del pino albar eran dosis de teología simples pero esenciales, al igual que sus confesiones. A menudo se sentaba cerca de la cruz que conmemora a los que acamparon con nosotros, pendiente de lo que hiciera falta. Los ansiados “Doble” también llegaban a esos parajes de Soria en el maletero de su diminuto coche blanco dentro del cual, nadie sabe cómo, se echaba la siesta bajo el abrasador sol de estío. Algún advenedizo -desvelado en su primera noche- que se levantaba al alba para ir al quinto pino podía llegar a creer que se le había aparecido un fantasma de entre el pinar. No era otro que El Papi, que religiosamente se pegaba un chapuzón en la poza cada amanecer. Era un enamorado de la naturaleza, del campamento y de sus gentes. Y ese amor era recíproco; muchos en el pueblo se entristecerán profundamente por su partida. Basta con ir a la tienda de Sandra y preguntar por las botas de montaña Chiruca “Sánchez del Nozal”, haciendo honor a su adquisición anual de varios pares para los despistados que las habían perdido u olvidado. Recordaremos su vozarrón recitando los versos de La tierra de Alvargonzález bajo el firmamento estrellado. En la Laguna Negra de Urbión, al igual que en el romance de Machado, su eco repetirá de peña en peña sempiternamente.
Para nosotros, las promociones más recientes de antiguos alumnos, el padre Sánchez del Nozal fue de esos jesuitas cuya función primordial es estar. Estar presente, accesible y entregado plenamente a los alumnos y a sus familias. Una labor humilde a la vez que transcendental, en consonancia con su pastoral. Fue una suerte y un privilegio crecer teniéndole cerca. Era un referente, toda una institución y, habiendo vivido medio siglo en Duque de Pastrana 5, una figura intrínseca e indisociable del colegio. Por eso, con cierta nostalgia, siento que se da el carpetazo definitivo a una etapa de la historia del colegio.
La última vez que lo vi, estaba en la capilla contemplando absorto las Santas Escrituras, con el semblante iluminado y embelesado por palabras de vida eterna. Con gran osadía y una absoluta falta de pudor, respondo por su cuenta a una interpelación de San Ignacio que tanto le gustaba citar al padre Sánchez del Nozal en su clásica reflexión campamental: “¿estás contento de vos?” “Sí” – clamará risueño El Papi desde el patio del cielo– “porque fui bueno, amé, me desgasté y me consumí por Dios y por los demás”.
Jaime Vargas-Zúñiga Areilza
Promoción 2020
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